El evangelio de cada día con un breve comentario, en formato de audio, realizado por el Padre Rodrigo Aguilar, Diócesis de San Miguel, Buenos Aires, Argentina. www.algodelevangelio.org
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Hagamos hoy el intento de mirar al cielo, simbólicamente, para cruzarnos las miradas con Jesús, que está en el cielo, pero está con nosotros.
Miremos, pero sabiendo que no es una despedida total, sino que es una despedida a medias. En realidad, Jesús no se fue, se quedó para siempre, especialmente en la Eucaristía, especialmente en los corazones de los que sufren, de los que creen y lo aman. ¿Crees en esto? Jesús estará siempre con nosotros hasta que vuelva.
Mientras tanto, avivemos nuestra esperanza, pidamos al Señor que nos asista con esa gracia. Todos somos llamados a vivir en esperanza, a vivir con la certeza de que las promesas de Dios se cumplen y se cumplirán en cada uno de nosotros. Somos llamados a vivir y valorar esta gracia de saber que al ascender Jesús a los cielos también llevó, de algún modo, un pedacito de cada uno de nosotros; porque si él es la cabeza y nosotros somos su cuerpo, de alguna manera también nosotros estamos junto al Padre y de alguna manera ya nos abrió las puertas del cielo para cuando nos toque partir.
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p. Rodrigo Aguilar
Miremos, pero sabiendo que no es una despedida total, sino que es una despedida a medias. En realidad, Jesús no se fue, se quedó para siempre, especialmente en la Eucaristía, especialmente en los corazones de los que sufren, de los que creen y lo aman. ¿Crees en esto? Jesús estará siempre con nosotros hasta que vuelva.
Mientras tanto, avivemos nuestra esperanza, pidamos al Señor que nos asista con esa gracia. Todos somos llamados a vivir en esperanza, a vivir con la certeza de que las promesas de Dios se cumplen y se cumplirán en cada uno de nosotros. Somos llamados a vivir y valorar esta gracia de saber que al ascender Jesús a los cielos también llevó, de algún modo, un pedacito de cada uno de nosotros; porque si él es la cabeza y nosotros somos su cuerpo, de alguna manera también nosotros estamos junto al Padre y de alguna manera ya nos abrió las puertas del cielo para cuando nos toque partir.
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Comentario a Marcos 16, 15-20:
Celebramos hoy en la Iglesia esta gran Solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Jesús, después de resucitar, a los cuarenta días ascendió a los cielos dejándose ver por sus discípulos, dejándose también ocultar por una nube –como dice la primera lectura de hoy–. Parte para estar junto a su Padre, para ser premiado por el Padre, después de haber venido y cumplir su misión, su voluntad y ayudarnos a nosotros a empezar un camino nuevo, una nueva etapa de la historia y de la historia de cada uno de nosotros.
Dice la primera lectura de hoy: «... mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando el cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo vendrá de la misma manera que lo han visto partir”». Y desde ese día, todos los bautizados, los que creemos en él, seguimos esperando su segunda y definitiva venida.
Pero esta espera no puede ser una espera pasiva. Un cristiano en serio sabe esperar, pero al mismo tiempo esta esperanza le da una nueva forma a su vida, lo mueve a la entrega y al amor por los demás; lo que podríamos llamar una «esperanza activa», una «esperanza verdaderamente cristiana».
Algo del Evangelio de hoy nos deja ver claramente la manera como tenemos que esperar hasta la segunda venida del Señor; el evangelista nos narra cómo antes de partir hacia el Padre, Jesús les da –por decirlo así– un último mandamiento, una última instrucción: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará».
Podríamos pensar que Jesús delegó esa «tarea» a sus «elegidos», a los once apóstoles, pero… ¿y a nosotros? ¿Será que a veces por ahí no nos tomamos en serio las gracias que recibimos en nuestro bautismo? Todo el pueblo de Dios, todos los bautizados somos, por su gracia, sacerdotes, profetas y reyes. Anunciar el Evangelio es la misión de cada bautizado, es la razón de ser. Ser cristiano y ser misionero, en realidad, es la misma cosa. Todos tenemos la misión de anunciar esa Buena Noticia a toda la creación, que sigue siendo tan actual como hace dos mil años, que Jesús está vivo, está presente entre nosotros y actuando. Anunciar el Evangelio de todas las maneras posibles, anunciarlo con palabras, pero sobre todo aceptar el reto de hacer vida el Evangelio: esa es la mejor manera de anunciar, de predicar. Las palabras convencen, los ejemplos arrastran. En el plan divino de salvación, estaba contemplado que Dios se hiciera hombre, que viviera entre nosotros para revelarnos el rostro amoroso del Padre, para enseñarnos a amar, así como él nos amó, hasta dar su vida en la cruz. Pero el Hijo tenía que volver al Padre; y eso es lo que celebramos hoy: la Solemnidad de la Ascensión del Señor, este gran misterio de nuestra fe. Jesús ascendió, volvió a su «lugar», pero, en realidad, su lugar hoy es todo lugar, es estar en todo lugar. Esta es su promesa: «Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo». Fue una partida necesaria para quedarse siempre con nosotros hasta el final. ¡Señor, qué lindo es saber y creer esto! Estás en todo lugar y en todo momento.
El cielo comenzó a estar en la tierra desde que Jesús vino a habitarla y a estar con nosotros; y la tierra está «en el cielo» desde que Jesús ascendió y nos llevó a todos con él. «Él ascendió a los cielos para estar a la derecha del Padre», para ser Señor del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. El Padre lo premió por haber cumplido fiel y amorosamente su voluntad. Desde que ascendió a los cielos, desde que él está en todos lados, millones de corazones comprendieron esto y dejaron que él reine en sus vidas. Jesús reina, aunque muchas veces no te des cuenta. Reina en la medida que lo dejamos reinar. Reina y reinará plenamente cuando venga glorioso al final de los tiempos.
Celebramos hoy en la Iglesia esta gran Solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Jesús, después de resucitar, a los cuarenta días ascendió a los cielos dejándose ver por sus discípulos, dejándose también ocultar por una nube –como dice la primera lectura de hoy–. Parte para estar junto a su Padre, para ser premiado por el Padre, después de haber venido y cumplir su misión, su voluntad y ayudarnos a nosotros a empezar un camino nuevo, una nueva etapa de la historia y de la historia de cada uno de nosotros.
Dice la primera lectura de hoy: «... mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando el cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo vendrá de la misma manera que lo han visto partir”». Y desde ese día, todos los bautizados, los que creemos en él, seguimos esperando su segunda y definitiva venida.
Pero esta espera no puede ser una espera pasiva. Un cristiano en serio sabe esperar, pero al mismo tiempo esta esperanza le da una nueva forma a su vida, lo mueve a la entrega y al amor por los demás; lo que podríamos llamar una «esperanza activa», una «esperanza verdaderamente cristiana».
Algo del Evangelio de hoy nos deja ver claramente la manera como tenemos que esperar hasta la segunda venida del Señor; el evangelista nos narra cómo antes de partir hacia el Padre, Jesús les da –por decirlo así– un último mandamiento, una última instrucción: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará».
Podríamos pensar que Jesús delegó esa «tarea» a sus «elegidos», a los once apóstoles, pero… ¿y a nosotros? ¿Será que a veces por ahí no nos tomamos en serio las gracias que recibimos en nuestro bautismo? Todo el pueblo de Dios, todos los bautizados somos, por su gracia, sacerdotes, profetas y reyes. Anunciar el Evangelio es la misión de cada bautizado, es la razón de ser. Ser cristiano y ser misionero, en realidad, es la misma cosa. Todos tenemos la misión de anunciar esa Buena Noticia a toda la creación, que sigue siendo tan actual como hace dos mil años, que Jesús está vivo, está presente entre nosotros y actuando. Anunciar el Evangelio de todas las maneras posibles, anunciarlo con palabras, pero sobre todo aceptar el reto de hacer vida el Evangelio: esa es la mejor manera de anunciar, de predicar. Las palabras convencen, los ejemplos arrastran. En el plan divino de salvación, estaba contemplado que Dios se hiciera hombre, que viviera entre nosotros para revelarnos el rostro amoroso del Padre, para enseñarnos a amar, así como él nos amó, hasta dar su vida en la cruz. Pero el Hijo tenía que volver al Padre; y eso es lo que celebramos hoy: la Solemnidad de la Ascensión del Señor, este gran misterio de nuestra fe. Jesús ascendió, volvió a su «lugar», pero, en realidad, su lugar hoy es todo lugar, es estar en todo lugar. Esta es su promesa: «Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo». Fue una partida necesaria para quedarse siempre con nosotros hasta el final. ¡Señor, qué lindo es saber y creer esto! Estás en todo lugar y en todo momento.
El cielo comenzó a estar en la tierra desde que Jesús vino a habitarla y a estar con nosotros; y la tierra está «en el cielo» desde que Jesús ascendió y nos llevó a todos con él. «Él ascendió a los cielos para estar a la derecha del Padre», para ser Señor del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. El Padre lo premió por haber cumplido fiel y amorosamente su voluntad. Desde que ascendió a los cielos, desde que él está en todos lados, millones de corazones comprendieron esto y dejaron que él reine en sus vidas. Jesús reina, aunque muchas veces no te des cuenta. Reina en la medida que lo dejamos reinar. Reina y reinará plenamente cuando venga glorioso al final de los tiempos.
Domingo 12 de mayo + Solemnidad de la Ascensión del Señor(B) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 16, 15-20
Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.»
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Palabra del Señor.
Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.»
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 16, 23-28:
Ya a las puertas de la gran solemnidad que celebramos mañana: la Ascensión del Señor a los cielos, con la cual celebraremos el triunfo definitivo de Jesús, el triunfo que también nos incluye a nosotros, porque también, de alguna manera, nos ha llevado al cielo junto con él; escuchamos este lindo Evangelio para terminar la semana: «Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se los concederá en mi Nombre».
Jesús es nuestro abogado ante el Padre. Jesús habiendo venido al mundo para estar con nosotros, habiéndonos amado hasta el extremo, habiéndonos abierto su corazón para que conozcamos la intimidad de Dios, la comunión profunda de amor infinito y eterno entre Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; no solo nos compartió ese amor y nos lo derramó en nuestros corazones, sino también que nos concede que todo aquello que pidamos en su Nombre, él nos lo dará.
¿Y qué es lo mejor que podemos pedir al Señor en consonancia con lo que venimos meditando en los evangelios de esta semana? Algo del Evangelio de hoy nos da la pista: «Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta». Lo mejor que podemos pedirle al Señor es la alegría de saber que él está presente en nuestras vidas; porque la peor tristeza –esa tristeza de la cual nos hablaba Jesús en esta semana, de la cual Jesús les hablaba a sus discípulos anticipándoles que con su ausencia iban a estar tristes– es la tristeza de no tener a Dios en el corazón, no aceptar su amor. La peor tristeza en nuestra vida, la peor tristeza de los que conoces y ves que andan por la vida como muertos vivos, porque no comprenden para qué viven; o la tristeza de aquellos que parecen tenerlo todo, pero no pueden terminar de encontrar la verdadera felicidad, es la tristeza finalmente de no aceptar el amor de Dios, de no encontrarlo, de buscarlo de mil maneras equivocadas sin poderlo hallar. Es la tristeza del hombre que vive para sí mismo, es la tristeza del hombre que vive volcado hacia afuera, hacia su trabajo, hacia sus proyectos, hacia sus ambiciones –incluso hacia sus egoísmos, sus caprichos–, pero no hacia Dios que se hizo hombre por nosotros, para mostrarnos el camino. Esa es la peor de las tristezas en nuestras vidas. Y esa es la tristeza que a veces vos y yo tenemos y no nos damos cuenta, es como que se aloja en el fondo del corazón, y es porque estamos buscando mal; no estamos teniendo a Jesús como Camino, Verdad y Vida, como eje central de nuestra vida, con un deseo profundo de seguir buscándolo en cada cosa que hacemos.
Por eso, lo mejor que podemos pedir en este sábado es que esa tristeza se convierta en alegría; lo mejor que podemos pedir es que la tristeza se convierta en la certeza de que él está con nosotros, que él nos sostiene y que a pesar de todo él siempre está a nuestro lado. En definitiva: en tener la seguridad de que nuestra fe consiste en creer en un Dios vivo y resucitado, que sigue actuando en la vida de cada uno de nosotros. «Pedí, pedí y vas a recibir». Pedí lo mejor que puede pedir un cristiano. Pedí no cosas sino el amor de Jesús, poder experimentar su amor, y que ese amor puedas derramarlo también hacia otras personas. Pedí el amor de Jesús para aquellos que viven tristes, para tus hijos, para tus familiares, para los que más querés. Pedí lo mejor que se puede pedir.
Dios quiera que este fin de semana podamos experimentar esa verdadera alegría que proviene de sentir la presencia de un Jesús vivo, que sigue actuando, que nos ama, que nos llena de sus dones, que nos llena de bendiciones, que –como pudimos ver también en esta semana– nos da su amor para que podamos amar, como él ama. Solo dejándonos amar por él, podremos amar como él quiere.
Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
[email protected]
p. Rodrigo Aguilar
Ya a las puertas de la gran solemnidad que celebramos mañana: la Ascensión del Señor a los cielos, con la cual celebraremos el triunfo definitivo de Jesús, el triunfo que también nos incluye a nosotros, porque también, de alguna manera, nos ha llevado al cielo junto con él; escuchamos este lindo Evangelio para terminar la semana: «Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se los concederá en mi Nombre».
Jesús es nuestro abogado ante el Padre. Jesús habiendo venido al mundo para estar con nosotros, habiéndonos amado hasta el extremo, habiéndonos abierto su corazón para que conozcamos la intimidad de Dios, la comunión profunda de amor infinito y eterno entre Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; no solo nos compartió ese amor y nos lo derramó en nuestros corazones, sino también que nos concede que todo aquello que pidamos en su Nombre, él nos lo dará.
¿Y qué es lo mejor que podemos pedir al Señor en consonancia con lo que venimos meditando en los evangelios de esta semana? Algo del Evangelio de hoy nos da la pista: «Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta». Lo mejor que podemos pedirle al Señor es la alegría de saber que él está presente en nuestras vidas; porque la peor tristeza –esa tristeza de la cual nos hablaba Jesús en esta semana, de la cual Jesús les hablaba a sus discípulos anticipándoles que con su ausencia iban a estar tristes– es la tristeza de no tener a Dios en el corazón, no aceptar su amor. La peor tristeza en nuestra vida, la peor tristeza de los que conoces y ves que andan por la vida como muertos vivos, porque no comprenden para qué viven; o la tristeza de aquellos que parecen tenerlo todo, pero no pueden terminar de encontrar la verdadera felicidad, es la tristeza finalmente de no aceptar el amor de Dios, de no encontrarlo, de buscarlo de mil maneras equivocadas sin poderlo hallar. Es la tristeza del hombre que vive para sí mismo, es la tristeza del hombre que vive volcado hacia afuera, hacia su trabajo, hacia sus proyectos, hacia sus ambiciones –incluso hacia sus egoísmos, sus caprichos–, pero no hacia Dios que se hizo hombre por nosotros, para mostrarnos el camino. Esa es la peor de las tristezas en nuestras vidas. Y esa es la tristeza que a veces vos y yo tenemos y no nos damos cuenta, es como que se aloja en el fondo del corazón, y es porque estamos buscando mal; no estamos teniendo a Jesús como Camino, Verdad y Vida, como eje central de nuestra vida, con un deseo profundo de seguir buscándolo en cada cosa que hacemos.
Por eso, lo mejor que podemos pedir en este sábado es que esa tristeza se convierta en alegría; lo mejor que podemos pedir es que la tristeza se convierta en la certeza de que él está con nosotros, que él nos sostiene y que a pesar de todo él siempre está a nuestro lado. En definitiva: en tener la seguridad de que nuestra fe consiste en creer en un Dios vivo y resucitado, que sigue actuando en la vida de cada uno de nosotros. «Pedí, pedí y vas a recibir». Pedí lo mejor que puede pedir un cristiano. Pedí no cosas sino el amor de Jesús, poder experimentar su amor, y que ese amor puedas derramarlo también hacia otras personas. Pedí el amor de Jesús para aquellos que viven tristes, para tus hijos, para tus familiares, para los que más querés. Pedí lo mejor que se puede pedir.
Dios quiera que este fin de semana podamos experimentar esa verdadera alegría que proviene de sentir la presencia de un Jesús vivo, que sigue actuando, que nos ama, que nos llena de sus dones, que nos llena de bendiciones, que –como pudimos ver también en esta semana– nos da su amor para que podamos amar, como él ama. Solo dejándonos amar por él, podremos amar como él quiere.
Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Sábado 11 de mayo + VI Sábado de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 23b-28
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta. Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre.
Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre.»
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta. Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre.
Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre.»
Palabra del Señor.
Acordate de la primera vez que tuviste a tu hijo en tus brazos. ¿Importó algo más? Acordate del olorcito a bebe de tus hijos. ¿Hay algo más lindo que eso? El dolor desaparece cuando se da a luz, cuando se tiene la vida entre manos.
Bueno; en esta vida, este viernes en tu vida concreta de hoy hay que aprender a vivir partos, hay que aprender a veces a sufrir cosas para encontrar algo mejor; hay que aprender a morir a nuestros caprichos para encontrar el amor; hay que aprender a morir al pecado para encontrar lo lindo que es la gracia y la vida; hay que aprender a callar para encontrar lo lindo que es el hablar en el momento justo; hay que aprender a vivir la soledad para disfrutar lo lindo de una buena compañía; hay que aprender tantas cosas y a veces solamente se aprende pasando por ciertos momentos para poder "dar a luz". Si sos padre, si sos madre; no le prives a tus hijos de vivir "partos" en sus vidas; no hay que tenerle miedo a los momentos difíciles porque a través de los momentos difíciles aprendemos lo linda que es la alegría de encontrar luz cuando todo parece oscuro, cuando todo parece difícil.
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p. Rodrigo Aguilar
Bueno; en esta vida, este viernes en tu vida concreta de hoy hay que aprender a vivir partos, hay que aprender a veces a sufrir cosas para encontrar algo mejor; hay que aprender a morir a nuestros caprichos para encontrar el amor; hay que aprender a morir al pecado para encontrar lo lindo que es la gracia y la vida; hay que aprender a callar para encontrar lo lindo que es el hablar en el momento justo; hay que aprender a vivir la soledad para disfrutar lo lindo de una buena compañía; hay que aprender tantas cosas y a veces solamente se aprende pasando por ciertos momentos para poder "dar a luz". Si sos padre, si sos madre; no le prives a tus hijos de vivir "partos" en sus vidas; no hay que tenerle miedo a los momentos difíciles porque a través de los momentos difíciles aprendemos lo linda que es la alegría de encontrar luz cuando todo parece oscuro, cuando todo parece difícil.
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Comentario a Juan 16, 20-23:
¡Qué lindo que es escuchar que Jesús nos da una alegría que nadie nos podrá quitar! ¡Qué lindo que es ir terminando la semana escuchando esto! Por eso no estés triste, o por lo menos no dejes que la tristeza cope tu corazón, como decía un poeta: “Si la Tristeza es ya tu inquilina morosa, échala de tu casa, pero sin altivez.” Cuando ando triste y no sé bien porqué, le pido a Jesús que me la quite, que me dé la alegría verdadera, esa que les gana siempre a las tristezas de esta vida.
Ayer dando un retiro espiritual a jóvenes, uno me preguntó si se podía ser feliz sin Jesús, porque él ya era feliz, como diciendo que no necesitaba de él para ser feliz. Me pareció muy sincero de su parte, y muy profunda su pregunta. Y bueno… depende qué pensemos sobre qué es la felicidad. Le dije que, si entendía por felicidad un cierto bienestar humano, un lograr alcanzar lo que uno quiere, amar y ser amado por los más cercanos, podríamos decir que sí… que hay personas que pueden ser felices de esa manera. Sin embargo, sin Jesús nos perdemos de algo, no perdemos de un “plus”, le dije, nos perdemos de amar mejor y más, nos perdemos de que nuestro corazón no solo sea feliz, sino que explote de alegría. El verdadero gozo viene de Jesús, la felicidad plena no puede alcanzarse con cosas de la tierra únicamente, sino con el gozo que viene de Dios, como nos decía en el evangelio del domingo: «Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.» Cuando vos y yo descubrimos el amor de Jesús, el sabernos sus amigos, el escucharlo siempre, la felicidad de este mundo queda chiquita en comparación con la alegría que nos regala amar como Él nos ama.
Sin embargo, como dice algo del evangelio de hoy, nuestra vida tiene algo de un parto, a veces decimos así, por lo menos en Argentina: “Esto fue un parto”, como expresando el dolor que vivimos, la dificultad experimentada; pero pensémoslo positivamente, viendo el otro lado del parto, en realidad la vida es "dar a luz", es un conjunto de situaciones en la que damos y se nos da luz continuamente. Así es nuestra vida espiritual, nuestra vida cristiana, nuestra vida cotidiana; porque la vida cristiana no es ajena a lo que vivimos, el mensaje cristiano no está ajeno a la realidad que nos rodea, a los problemas y alegrísa de este mundo.
El que quiere escaparle a esto; el que pretende una vida sin partos, sin dolores, sin traumas, sin crisis, sin ausencias… el que quiere buscar otro camino, el que quiere pensar que la vida no es de alguna manera un paso, un continuo paso de aquello que no se ve a aquello que se empieza a ver, de un dolor hacía algo mejor, del sufrimiento hacia algo más lindo, de la tristeza hacía lo que se puede transformar en gozo, de la muerte a la vida; el que piensa que la vida no es así, todavía no entendió la vida y le escapa a lo mejor de la vida. Porque a esto no se le puede escapar; la vida es también esto, parto y vida, tristeza y gozo. Jesús con su Pascua nos quiere enseñar eso: la vida es "pasar", hay que pasar y por eso la imagen de "dar a luz" es algo tan lindo y que nos puede ayudar. Hay que "pasar" por la tristeza para encontrar el gozo que nadie nos puede quitar. Hay que pasar por el pecado para saber lo que es la misericordia. Hay que pasar por el dolor para darnos cuenta cuanto amábamos a esa persona. Hay perder un amor para valorarlo verdaderamente. Hay que esforzarse para encontrar la alegría de lo anhelado. Hay que empezar desde abajo para llegar arriba. Hay que estirar la mano para dar la mano. Hay que pasar, hay que pasar. Pero para eso, tenemos que aprender a vivir en paciencia, hay que aprender a soportar y esperar para dar a luz. Eso vive una madre cuando lleva en su vientre a su hijo, eso vive una madre cuando tiene que dar a luz; pero miremos lo positivo: es para dar luz, es para dar un nuevo nacimiento, es para dar vida, para transformar el mundo. Una vida transforma al mundo; la vida de tus hijos transformó tu propia familia, transformó tantas cosas...
¡Qué lindo que es escuchar que Jesús nos da una alegría que nadie nos podrá quitar! ¡Qué lindo que es ir terminando la semana escuchando esto! Por eso no estés triste, o por lo menos no dejes que la tristeza cope tu corazón, como decía un poeta: “Si la Tristeza es ya tu inquilina morosa, échala de tu casa, pero sin altivez.” Cuando ando triste y no sé bien porqué, le pido a Jesús que me la quite, que me dé la alegría verdadera, esa que les gana siempre a las tristezas de esta vida.
Ayer dando un retiro espiritual a jóvenes, uno me preguntó si se podía ser feliz sin Jesús, porque él ya era feliz, como diciendo que no necesitaba de él para ser feliz. Me pareció muy sincero de su parte, y muy profunda su pregunta. Y bueno… depende qué pensemos sobre qué es la felicidad. Le dije que, si entendía por felicidad un cierto bienestar humano, un lograr alcanzar lo que uno quiere, amar y ser amado por los más cercanos, podríamos decir que sí… que hay personas que pueden ser felices de esa manera. Sin embargo, sin Jesús nos perdemos de algo, no perdemos de un “plus”, le dije, nos perdemos de amar mejor y más, nos perdemos de que nuestro corazón no solo sea feliz, sino que explote de alegría. El verdadero gozo viene de Jesús, la felicidad plena no puede alcanzarse con cosas de la tierra únicamente, sino con el gozo que viene de Dios, como nos decía en el evangelio del domingo: «Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.» Cuando vos y yo descubrimos el amor de Jesús, el sabernos sus amigos, el escucharlo siempre, la felicidad de este mundo queda chiquita en comparación con la alegría que nos regala amar como Él nos ama.
Sin embargo, como dice algo del evangelio de hoy, nuestra vida tiene algo de un parto, a veces decimos así, por lo menos en Argentina: “Esto fue un parto”, como expresando el dolor que vivimos, la dificultad experimentada; pero pensémoslo positivamente, viendo el otro lado del parto, en realidad la vida es "dar a luz", es un conjunto de situaciones en la que damos y se nos da luz continuamente. Así es nuestra vida espiritual, nuestra vida cristiana, nuestra vida cotidiana; porque la vida cristiana no es ajena a lo que vivimos, el mensaje cristiano no está ajeno a la realidad que nos rodea, a los problemas y alegrísa de este mundo.
El que quiere escaparle a esto; el que pretende una vida sin partos, sin dolores, sin traumas, sin crisis, sin ausencias… el que quiere buscar otro camino, el que quiere pensar que la vida no es de alguna manera un paso, un continuo paso de aquello que no se ve a aquello que se empieza a ver, de un dolor hacía algo mejor, del sufrimiento hacia algo más lindo, de la tristeza hacía lo que se puede transformar en gozo, de la muerte a la vida; el que piensa que la vida no es así, todavía no entendió la vida y le escapa a lo mejor de la vida. Porque a esto no se le puede escapar; la vida es también esto, parto y vida, tristeza y gozo. Jesús con su Pascua nos quiere enseñar eso: la vida es "pasar", hay que pasar y por eso la imagen de "dar a luz" es algo tan lindo y que nos puede ayudar. Hay que "pasar" por la tristeza para encontrar el gozo que nadie nos puede quitar. Hay que pasar por el pecado para saber lo que es la misericordia. Hay que pasar por el dolor para darnos cuenta cuanto amábamos a esa persona. Hay perder un amor para valorarlo verdaderamente. Hay que esforzarse para encontrar la alegría de lo anhelado. Hay que empezar desde abajo para llegar arriba. Hay que estirar la mano para dar la mano. Hay que pasar, hay que pasar. Pero para eso, tenemos que aprender a vivir en paciencia, hay que aprender a soportar y esperar para dar a luz. Eso vive una madre cuando lleva en su vientre a su hijo, eso vive una madre cuando tiene que dar a luz; pero miremos lo positivo: es para dar luz, es para dar un nuevo nacimiento, es para dar vida, para transformar el mundo. Una vida transforma al mundo; la vida de tus hijos transformó tu propia familia, transformó tantas cosas...
Viernes 10 de mayo + VI Viernes de Pascua + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 16, 20-23a
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo.
También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. Aquel día no me harán más preguntas.»
Palabra del Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo.
También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. Aquel día no me harán más preguntas.»
Palabra del Señor.
Algo del Evangelio pinned « »
Todos vivimos esa experiencia de alguna manera, todos hemos alegrado a otros y todos hemos sido alegrados por otros. Todos necesitamos compartir la alegría, es esencial a la alegría, que se derrame, que se comparta. Una vez unos novios, me acuerdo, ya con fecha de casamiento, me contaron que algunas dificultades de distancia en sus familias, evitaban que puedan avisar a todos juntos la fecha de su casamiento; y eso hacía que no pudieran disfrutar de la noticia que tenían en el corazón. La alegría del matrimonio no era solo para ellos. Es así, las alegrías son para compartirlas, los gozos son para darlos, las alegrías espantan las tristezas y los gozos quitan las soledades.
Si andás alegre, contalo, compartilo, hace bien. Si andás triste, pensá de donde viene esa tristeza, qué fue lo que la originó, para poder compartirla, pero mientras tanto andá y quedate un momento con Jesús, mientras tanto andá y buscá la compañía de alguien que esté alegre, que eso te va ayudar.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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Si andás alegre, contalo, compartilo, hace bien. Si andás triste, pensá de donde viene esa tristeza, qué fue lo que la originó, para poder compartirla, pero mientras tanto andá y quedate un momento con Jesús, mientras tanto andá y buscá la compañía de alguien que esté alegre, que eso te va ayudar.
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p. Rodrigo Aguilar
Comentario a Juan 16, 16-20:
Si empezamos el día intentando no pensar tanto en lo que tenemos que hacer, sino en lo que podemos contemplar, frenando un poco para hacer silencio, te aseguro que todo va a ser mucho mejor, vas a tener otra mirada de lo que ves, de lo que vivís. Pero si empezamos el día escuchando las malas noticias, que nos rodean continuamente, escuchando los problemas de tránsito, los problemas del mundo y del país, escuchando otras voces que no son la de Jesús, por ahí no es malo, no digo que sea malo, pero nos perdemos de algo, de algo mucho mejor. Nos perdemos de la serenidad de la mañana. Por algo los monjes empiezan su día diciendo: «Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza». Empiezan sus días pidiendo a Dios que les abra los labios solo para alabar. Vos dirás: «Bueno, pero son monjes». Sí, es verdad, pero podemos tomar lo esencial. Nosotros empezamos el día levantando a veces a nuestros hijos, haciéndoles el desayuno, empezando a manejar y a lidiar con el tránsito, llevando los hijos al colegio, a la escuela, amontonándonos en un medio de transporte. Sí, es verdad, todo esto es complicado; pero se puede intentar dejar que el primer silencio de la mañana no se rompa por lo menos por culpa nuestra. Intentá escuchar solo la Palabra de Dios al principio, intentá no encender ninguna radio, ninguna televisión.
Dentro de poco celebraremos la fiesta de la Ascensión de Jesús a los cielos, el momento histórico en el que los discípulos vieron a Jesús volver al Padre. Habían dejado de verlo con su muerte, volvieron a verlo después de resucitado y dejaron de verlo después de su ascensión. Un ir y venir de presencias y ausencias de Jesús, algo que nosotros no vivimos en carne propia, no vivimos con nuestros propios ojos, por decirlo de alguna manera; pero que, de un modo u otro, místicamente, lo experimentamos o lo experimentaremos algún dia, así es la vida. Jesús no se deja ver por nuestros ojos, pero sí se nos manifiesta de muchas maneras, y podríamos decir que también «lo dejamos de ver» y después «lo volvemos a ver», momento a momento, día a día. La vida de fe, nuestra vida espiritual muchas veces es un vaivén de distintos momentos en los que por momentos, valga la redundancia, vemos a Jesús claramente y eso nos llena de gozo, y muchas otras un «dejar de verlo» que nos puede conducir a la tristeza o desesperanza. Es así la dinámica de la fe, no hay porqué asustarse. Si pretendemos «ver» siempre a Jesús, experimentarlo en todo momento y lugar, a la larga nuestra fe tendrá que pasar por el tamiz de la crisis del «no ver», del dejarlo de experimentar, como les pasó a los discípulos. Es así, no le busquemos otra vuelta, no busquemos el «pelo al huevo». Hay ausencias de Jesús que son necesarias para dejar lugar a algo mejor, a un gozo más grande que vendrá después. «Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo». Lo lindo de Algo del Evangelio de hoy es que Jesús les asegura a los discípulos y a nosotros de que la «tristeza se convertirá en gozo». La tristeza para el cristiano debe ser siempre pasajera, jamás puede llegar para instalarse en el alma, para echar raíz en el corazón. Puede golpear la puerta de nuestra casa, puede entrar por un momento, pero no puede apoltronarse en el «living» de nuestro corazón. No pienses que esa tristeza que tenés va a durar siempre, sabé mirar más allá, sabé esperar, sabé confiar en que Jesús te convertirá ese sentimiento en un gozo imborrable cuando menos lo esperes, incluso cuando menos lo busques. Seguro que alguna vez ya te pasó, seguro que lo viviste; por eso no te olvides que la tristeza es pasajera y que salir de esa tristeza también depende de nuestros deseos de salir de ese aislamiento que puede convertirse en soledad instalada y hace tanto mal, a nosotros y a la Iglesia. Es triste ver cristianos tristes, no estamos hechos para la tristeza.
Por otro lado, lo lindo del gozo es que jamás puede ser pleno si no es compartido y eso ayuda a otros a salir de sus encierros.
Si empezamos el día intentando no pensar tanto en lo que tenemos que hacer, sino en lo que podemos contemplar, frenando un poco para hacer silencio, te aseguro que todo va a ser mucho mejor, vas a tener otra mirada de lo que ves, de lo que vivís. Pero si empezamos el día escuchando las malas noticias, que nos rodean continuamente, escuchando los problemas de tránsito, los problemas del mundo y del país, escuchando otras voces que no son la de Jesús, por ahí no es malo, no digo que sea malo, pero nos perdemos de algo, de algo mucho mejor. Nos perdemos de la serenidad de la mañana. Por algo los monjes empiezan su día diciendo: «Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza». Empiezan sus días pidiendo a Dios que les abra los labios solo para alabar. Vos dirás: «Bueno, pero son monjes». Sí, es verdad, pero podemos tomar lo esencial. Nosotros empezamos el día levantando a veces a nuestros hijos, haciéndoles el desayuno, empezando a manejar y a lidiar con el tránsito, llevando los hijos al colegio, a la escuela, amontonándonos en un medio de transporte. Sí, es verdad, todo esto es complicado; pero se puede intentar dejar que el primer silencio de la mañana no se rompa por lo menos por culpa nuestra. Intentá escuchar solo la Palabra de Dios al principio, intentá no encender ninguna radio, ninguna televisión.
Dentro de poco celebraremos la fiesta de la Ascensión de Jesús a los cielos, el momento histórico en el que los discípulos vieron a Jesús volver al Padre. Habían dejado de verlo con su muerte, volvieron a verlo después de resucitado y dejaron de verlo después de su ascensión. Un ir y venir de presencias y ausencias de Jesús, algo que nosotros no vivimos en carne propia, no vivimos con nuestros propios ojos, por decirlo de alguna manera; pero que, de un modo u otro, místicamente, lo experimentamos o lo experimentaremos algún dia, así es la vida. Jesús no se deja ver por nuestros ojos, pero sí se nos manifiesta de muchas maneras, y podríamos decir que también «lo dejamos de ver» y después «lo volvemos a ver», momento a momento, día a día. La vida de fe, nuestra vida espiritual muchas veces es un vaivén de distintos momentos en los que por momentos, valga la redundancia, vemos a Jesús claramente y eso nos llena de gozo, y muchas otras un «dejar de verlo» que nos puede conducir a la tristeza o desesperanza. Es así la dinámica de la fe, no hay porqué asustarse. Si pretendemos «ver» siempre a Jesús, experimentarlo en todo momento y lugar, a la larga nuestra fe tendrá que pasar por el tamiz de la crisis del «no ver», del dejarlo de experimentar, como les pasó a los discípulos. Es así, no le busquemos otra vuelta, no busquemos el «pelo al huevo». Hay ausencias de Jesús que son necesarias para dejar lugar a algo mejor, a un gozo más grande que vendrá después. «Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo». Lo lindo de Algo del Evangelio de hoy es que Jesús les asegura a los discípulos y a nosotros de que la «tristeza se convertirá en gozo». La tristeza para el cristiano debe ser siempre pasajera, jamás puede llegar para instalarse en el alma, para echar raíz en el corazón. Puede golpear la puerta de nuestra casa, puede entrar por un momento, pero no puede apoltronarse en el «living» de nuestro corazón. No pienses que esa tristeza que tenés va a durar siempre, sabé mirar más allá, sabé esperar, sabé confiar en que Jesús te convertirá ese sentimiento en un gozo imborrable cuando menos lo esperes, incluso cuando menos lo busques. Seguro que alguna vez ya te pasó, seguro que lo viviste; por eso no te olvides que la tristeza es pasajera y que salir de esa tristeza también depende de nuestros deseos de salir de ese aislamiento que puede convertirse en soledad instalada y hace tanto mal, a nosotros y a la Iglesia. Es triste ver cristianos tristes, no estamos hechos para la tristeza.
Por otro lado, lo lindo del gozo es que jamás puede ser pleno si no es compartido y eso ayuda a otros a salir de sus encierros.